“El destino del genio es ser un
incomprendido;
Pero no todo incomprendido es un genio
“
No
debe sorprendernos, que los escritos de Nietzsche no vieran la luz sino hasta
años después de su muerte, y mucho menos debe sorprendernos el que no se le
hubiese tomado enserio durante gran parte de la historia. Es normal que se le
hubiese tildado de poeta, sin que esto tenga nada de malo, pero se lo hacía de
manera despectiva como queriendo desviar la atención de sus palabras a minucias,
a estilos, a todas esas capas de envuelven a las ideas, que al final son lo más
importante que tienen los filósofos. Pero, no debemos sorprendernos porque Nietzsche
fue, es y probablemente será un incomprendido, incluso por los que más lo han estudiado, será siempre incomprendido porque
no se puede comprender a los que abarcan
la vida; no tocan este o aquel tema sino todo el sistema que nos encierra, tal
como lo hacen los poetas cuando escriben sus obras, tocando desde las teclas del pianista hasta
las cuerdas del cirquero, trabajan en más vidas que las de ellos y saben de más
experiencias que las que han vivido. ¿Cómo comprender esto? – Os aconsejo que
no hagáis demasiado esfuerzo - dejemos tranquilo a Nietzsche, él era un genio.
Pero
si podemos hablar largamente de sus palabras, de toda su herencia, de cómo ha encauzado
- sin que nos demos por enterados - nuestra historia. Según Harold Bloom Shakespeare “invento
lo humano”[2]
y esto, aunque sigamos sin entenderlo en su total dimensión, lo aceptamos por
su gama de personajes. Así mismo, de Nietzsche podríamos decir: “desentrañó al
humano”, le sacó todo lo que tenía adentro, todos los sentimientos que la
mayoría de veces no son capaces de explicar los hombres; él los pone en una
larga mesa con bandejas de plata, para que el lector entre y escoja, y, todo
ello lo hizo desde su propio estudio, desde su propia vida como laboratorio o
sujeto de pruebas, lo cual merece un grado de admiración especial, ya que, si
la mayoría de los hombres no son capaces de mirarse, mucho menos de sacar sus
interiores al libre escarnio.
Dentro
de los muchos hombres que desentrañó, lo hizo con el artista, aquel genio sin
par que crea los mayores logros de la humanidad, logros aquellos, que continúan
con la historia, que no se diluyen con el cambio de paradigmas, que se mantienen por siglos; aquellos que nos
llevan incluso a separarnos de nosotros mismos, de nuestras creencias más
arraigadas. Parafraseando a Nietzsche, es necesario separarse de la metafísica,
pero, esto sucede hasta que escuchamos la novena sinfonía de Beethoven, “Parece
extenderse mucho más arriba de la tierra, remontarse hasta una cúpula de
estrellas, con el ensueño de la inmortalidad en el corazón: todas las estrellas
parece que centellean alrededor de esa sinfonía y que la tierra se hunde “[3].
Pero,
¿cómo llegan los genios a conmover tan profundamente el alma de los hombres?
veremos pues, que lo hacen por su mirada. Así es, a todo creador, o por lo menos
a todo aquel que intente rozar el arte
buscando sus primeras creaciones lo invaden las - por así llamarlas - inspiraciones,
todas ellas buenas, mediocres y malas. Pero es la mirada del genio, el juicio
del artista, el que decide en últimas que es lo que realmente debe componer la
obra.
No
debemos pensar que esta mirada es fruto de alguna divinidad por doble motivo:
el primero, para no conseguir que los artistas pierdan su rumbo, embelesados en
su propia divinidad, sumidos en su orgullo; diría nuestro incomprendido alemán:
“Por
lo mismo que dejan de criticarse a sí mismos acaban por caer una a una las
plumas de su plumaje”[4]. El segundo motivo lo
encontramos en que se puede pensar que no existe esfuerzo o dedicación detrás
del entrenamiento de este carácter estético del artista, detrás de este
perfeccionamiento tan difícil de alcanzar. Los artistas pasan mucho tiempo
estudiando su propia obra, su propia producción hasta lograr sintetizarla en
las obras de arte a las que el público
tiene acceso. Pero no son miradas fugaces ni decisiones simples las que debe
tomar un pintor acerca de los componentes de su cuadro, tampoco es sencillo
para un escritor dejar sus novelas incompletas reposando para cuando los
momentos creativos sean verdaderamente productivos; aunque existen obras
sintetizadas a nuestro pesar y al pesar de la humanidad, por obligación o
petición de los patrocinadores, padrinos, mecenas impulsadores del arte. Es el
caso, por ejemplo, de la sinfonía de Beethoven en si mayor, la cual le obligaron a escribir solo para piano,
perdiendo así una gran composición rodeada de instrumentos y sensaciones
transmisibles solo a través de esa primera mirada del artista quien debió
reducirla. Nos dice Nietzsche que es allí donde los nuevos artistas deben
intervenir, tomar y remirar esas obras en la búsqueda de sus nuevos agregados
perdidos en el pasado, deben re-nutrirla
de composiciones que se perdieron, deben rellenarlas de todo lo que los nuevos parámetros
pueden aportar a la obra.
Hablamos
sobre la perfección en la visión del artista, y lo intentamos hacer sin
arrogancia; pero son estas creaciones las únicas perfectas. Podríamos, como no,
comparar el proceso creativo de un artista con el de un inventor, es más, con
el de cualquier técnica, que toma sus conocimientos y su práctica para llevar a
buen término un producto que en la mayoría de las veces nos complace y en la
mayoría de las ocasiones además nos es útil; pero ¿qué tiene el arte que en
muchas conversaciones es tildado de inútil para competir con dichas creaciones,
con dichas invenciones? y, ¿por qué los verdaderos genios son los artistas, y
no los demás creadores? esto sucede porque el arte no tiene retoque. Cuando
miramos una máquina, se puede pensar que podría hacerse mejor o que incluso
tiene defectos, se pueden analizar mejoras y cambios ya que tiene que cumplir
con sus funciones, mas, la obra de arte deberá permanecer así por la eternidad,
expuesta para ser apreciada por espectadores de diferentes siglos y culturas,
con diferentes paradigmas y concepciones de la vida, de la humanidad;
concepciones que van cambiando a través del tiempo. Conseguir una obra de este
grado, solo lo puede conseguir un genio.
Lo que
sucede con los poetas, con los artistas en general, dirían muchos autores -
entre ellos Freud y Nietzsche - es que
viven jugando en el humano demasiado humano. Se Argumenta que viven los artistas como los poetas griegos,
aquellos que para superar ese mundo cruel de la Grecia seria y estructurada, de
la Grecia que tenía la verdad como gran tesoro. Los poetas mentían, o mejor
encubrían esa verdad, la misma que los filósofos tanto deseaban develar.
Y, ¿para qué? para ir a la ilusión,
ilusión aquella que diría Nietzsche: “por el arte hasta la misma miseria podría
convertirse en gozo”[5].
El problema fue quizás, que los griegos amaron tanto aquel arte, que terminaron
viviendo en un mundo de fabulas y creaciones artísticas, que los rodeaban a
diario y los hacían sentirse libres pero logrando con ello que no se hicieran
cargo, ni de sus propias mentiras “como
todo pueblo de poetas”[6] y los pueblos vecinos ya no los tomaron en serio.
Entonces
debemos evaluar la relación que tienen los artistas con las obras de arte, para
no recaer en los problemas que tuvieron los griegos. Las creaciones artísticas
debemos entenderlas sobre todo como un conjunto, ya que la sensibilidad experimentada
por el espectador también hace parte de
la creación; de esta manera - sobre todo a los escritores - deben darle su
espacio como parte de la obra; es decir, no decirlo todo, dejar las puertas
entre abiertas para que el espectador vea desde afuera, revise y se envuelva en
los mismos problemas y tramas que el artista.
De
esta manera los escritores, logran crear un vínculo con sus lectores y los
hacen recorrer las líneas en busca de develar los mismos secretos que el
escritor ya descubrió, pero que no los cuenta de inmediato sino que acompaña y
a la vez es acompañado por cada uno de los que lee. Esto hace que difieran
mucho los tipos de escritores, los que muestran todo con una claridad deseada
pero aburridora y los que muestran todo a través de un arduo trabajo en las sombras
y la oscuridad que lleva al lector a través de una aventura.
Nos diría
Friedrich: “La mayor parte de los pensadores escriben mal, porque no nos comunican
solamente sus pensamientos, sino también la razón de sus pensamientos.[7]”
Estos escritores olvidan a menudo otro gran aporte de Nietzsche: “las
paradojas de que el lector se sorprende no están a menudo en el libro, sino en
la cabeza del que lee”[8].
Aun así, este tipo de escritores son necesarios, ya que nos muestran
las etapas por las que pasamos, representan la edades que atraviesa el escritor,
y las cuales no debemos entender como simples tránsitos, sino que además son
parte del proceso por el cual el escritor y en general el artista se nutre, de
sus propias experiencias, son caminos que se deben recorrer a tempranas edades,
para que al llegar a la madurez, se experimente la satisfacción de la
composición tranquila, sin las impurezas de la juventud, pero conservando el
ímpetu del niño, el ímpetu del juego.
Ahora bien, esa es la relación que
tienen los artistas con obras de arte, pero la relación que tienen los
espectadores con las obras debe ser aclarada también. En este caso, los
espectadores deben acercarse a la obra como personas desconocidas; es decir,
sin intentar realizar análisis psicológicos a los artistas. Decir que esto lo
hizo por aquello, es divagar y se convierte en un devenir interminable de
presunciones y especulaciones. La otra manera de acercarse a las obras es
separar totalmente al artista lo cual también es una percepción negativa, ya
que el artista es parte de la obra, las dos maneras son autodestructivas.
En realidad la mejor forma de acercarnos sería la que nos propone Nietzsche: “La
conversación con un amigo sólo producirá buenos frutos de conocimiento cuando
el uno y el otro acaben por no pensar más que en la cosa misma y olviden que
son amigos.[9]”
El
entendimiento de las obras no siempre se da de la manera que se espera y por
ello es necesario esperar hasta que otra generación de espectadores aparezca. Se
cree, por ejemplo, que la Eris de Hesíodo fue una obra excelente, creada para
que lo fuese a sus propios ojos y fue reinante durante mucho tiempo, tanto así
que Esquilo y Eurípides permanecieron en las sombras hasta que hubiese jueces
que pudieran juzgar también su obra, como hubo quienes juzgaran a Hesíodo. Esto
se lo debemos a los griegos y a su forma de hacer arte, en la cual la primera
ambición era la propia, y luego las obras continuaban su paso abriéndose
camino, buscando aprobación extraña.
Los
artistas pasarán, morirán, se extinguirán
incluso, pero, al igual que las antiguas civilizaciones griegas, son los
últimos sobrevivientes los que más disfrutarán de su cultura, los que más
saborearán sus néctares siempre con el recuerdo de que: “el sol se ha ocultado ya, pero
todavía ilumina e inflama el cielo de nuestra vida, aunque no lo divisemos.”[10]
Es
acaso parte de ese sol que nos sigue alumbrando nuestro querido incomprendido,
comenzamos diciendo que Nietzsche tuvo que pasar por todas las incomprensiones
propias de los artistas, pero después de leerlo solo un poco, nos podemos dar
cuenta de que es uno de ellos: su talento para escribir y su preocupación por
que sus textos llegasen al lector, fuesen receptivos, logrando envolverlo en la
aventura que mencionamos guiaban los
escritores, son solo algunas de las muestras de su fino arte, tal vez, aún no hay jueces para la obra de Nietzsche y
deberá esperar como Esquilo y Eurípides. Es más, tal vez nunca comprendamos a Nietzsche
pero ello no amerita la lucha sin sentido que se ha emprendido peleando por
darle el título de filósofo, de académico, de sabio, a nuestro alemán y con
ello lo que realmente estamos logrando es quitarle sus verdaderos calificativos,
los de artista, genio, - y como no - incomprendido.
Trabajos citados
Bloom, H. (s.f.). shakespeare la invencion de lo
humano.
Nietzsche, F. (s.f.). humano
demasiado humano.
Pons, P. P. (s.f.). los
guiños del destino.