Quiero dedicar estas líneas mal
escritas a una mujer que quise mucho, a una mujer que quiero mucho, a una mujer
diferente, a una mujer rara, o no sé cómo se le puede decir a una mujer que
quiere a los gamines. Sí, estoy hablando de esos seres que algunos les produce miedo
y para otros solo son parte del paisaje; esas sombras al lado del asfalto y los
ladrillos. Para ella no lo eran, para ella eran seres, una especie de seres
especiales, y con su mirada lo demostraba a cada paso de nuestras eternas
caminatas; veía en ellos la ternura de la caída, veía en ellos la pasión de los
vicios. Ella tenía la mirada que nadie tiene, de hecho siempre pensé que fue
por eso que se fijó en mí.
Vivo en una ciudad con un pésimo
sistema de transporte en parte por su planeación, en parte por la poca cultura
ciudadana de sus habitantes, y me atrevería a decir que sucede en partes
iguales. Es común ver a las personas entrar a las estaciones sin pagar sus pasajes,
es normal ver las masas de gentes embutirse en los buses sin dejar siquiera
salir a los que arriban a su destino. Ya no es raro que nadie ceda un puesto o,
lo que me parece aún peor, que desconocidos le hablen en tono de regaño a
quienes no cedieron el puesto como si ellos fuesen los portadores de la verdad
o del conocimiento del buen actuar. En esa ciudad vivo yo, y no creo que sea
muy diferente que la ciudad en la que vives tú.
Pero un evento mágico ocurrió en uno
de esos días en los que debí embarcarme en el mismo viaje afanado de mis
paisanos, en el que todos tienen que llegar a un
sitio del cual en el mismo momento en que cruzan las puertas quieren salir: trabajos,
universidades, colegios; es decir, cárceles escogidas y no obligatorias.
Esperaba mi ruta y de repente vi un
gamín. No le despegue la vista disimulada desde el fondo de la estación, aunque,
esto no es algo del todo extraño ya que mi enorme curiosidad hace que acompañe
a las gentes con mi mirada estudiando sus comportamientos disimuladamente sin
que ellos se percaten. Entonces, para mi sorpresa, aquel individuo de quien
solo se esperan actos de desobediencia y desorden social se acercó a la
taquilla y pagó su pasaje y entró a la estación de buses. Este hombre que pudo
fácilmente colarse como cientos lo hacen y nadie le iba a decir nada así como
nadie le dice nada a muchos de esos colados que van por ahí “bien vestidos” o
aparentemente normales o correctos.
Pagó su pasaje y mientras los que
no lo ignoraban lo miraban como un bicho raro se paró al frente de la misma puerta
en la que paraba mi ruta. Esa sería la segunda de las muchas sorpresas que me
daría, porque fue entonces cuando se acercó a hablarme no para insultarme, intimidarme,
amenazarme o pedirme algo, no; se acercó para hablar de la situación por la que
atravesaba en esos momentos el sistema de trasporte, que en aquellos días
estaba escaso de buses, escaso de combustible, escaso de fondos (escaso de
ideas creo yo). Cruzamos unas pocas palabras hasta que llegó el bus que nos
recogería a ambos. En ese momento, repito, para mi asombro no hizo lo que todos
y aquí si debo incluirme en algunas ocasiones (espero no muchas)se paró detrás
de la línea amarilla y esperó a que los
demás pasajeros bajasen para él subir; quien sabe si por pena , quien sabe si
por educación, quien sabe si porque no tenía afán de llegar a ningún sitio.
Subimos y la casualidad hizo que me
sentara justo detrás de él. Junto a mi había un hombre vestido totalmente de
negro en diferentes tonos y paños, “muy elegante” quien en el preciso instante
en que nuestro gamín se subió comenzó a mirarlo despectivamente. Cuando los
olores (olores realmente desagradables, quien sabe cuántos días habían pasado
desde la última vez que había tenido la oportunidad de asearse) llegaron a
nosotros, el hombre de negro comenzó a buscar mi mirada mientras se tapaba la
nariz; buscaba mis ojos intentado hallar un cómplice con el cual compartir lo
que él sentía por el gamín, no podría asegurar si era burla o desprecio o qué
era, quería sentirse acompañado y debo
decir que en mí no encontró ese cómplice. Su mirada acusadora, su nariz tapada
y sus respiraciones hondas acompañaron al gamín hasta que se levantó de su
asiento una parada antes (como en teoría debe hacerse para no crear congestión
y estar listo en el momento de bajar de autobús). El gamín bajó y el hombre de
negro siguió buscándolo desde la ventana para qué o por qué nunca lo sabremos, tres
paradas adelante llegué a mi destino y bajé, pero el comportamiento de aquellos
hombres no se salieron de mi cabeza en todo el día; de hecho espero que me
acompañen por siempre para recordar una
vez más como las orquídeas son hermosas para la vista pero lo hacen para poder
quedarse como parásitos en los árboles.
Realmente debemos todos
preguntarnos qué preferimos ver en la calle, con qué tipo de personas
preferimos vivir, con qué tipo de seres preferimos compartir nuestra sociedad. ¿Realmente
queremos verlos a todos en paños acalorantes y con aspectos impecables repletos
de tratamientos de belleza? estoy muy lejos de asegurar que todos los que van
por ahí muy prolijos en su aspecto sean malas personas, estoy seguro que no; Pero
la verdad prefiero una sociedad con más gamines, no de los que roban, esos son
rateros, simplemente los gamines, esos que son habitantes de la calle, los sin techo que
no sé cómo sobreviven pero sé que en muchos de los casos lo hacen sin necesidad
de quitarle algo a los demás o peor aún de pedir por generar lastima; no, los
gamines son hasta dignos, son dueños de su libertad, de su tiempo y de su
conducta no llevan su ritmo de vida porque los demás los ven o por demostrar
que son esto o aquello porque ellos simplemente son. Me gustaría ver más
gamines como el que tuve la fortuna de encontrarme y tal vez aprenderíamos un
poco de ellos a meternos en nuestros propios problemas, realmente debería
existir una escuela para educarnos en “gaminadas” como esas, quizás las cosas serían distintas; cada uno
ocupándose de su supervivencia y no en la del vecino, andando sin rabia con el
tráfico pues lo importante es llegar y
no cuando, gaminadas como hablarle a los extraños para conversar no para
regañarlos o demostrarle quién tiene la razón, comportamientos tan simples como
pagar un pasaje que no hace más rico ni pobre a nadie pero sí deja una conciencia
limpia; porque, aunque no se vea la víctima, es un robo colarse. Ojalá llegue
el momento en que se multipliquen los gamines que miran a todos de la misma
manera porque realmente prefiero los malos olores que las malas miradas, tal
vez nuestros olfatos terminarían por ser defectuosos y no oleríamos nada pero
todos tendríamos una sonrisa para los demás, tal vez no habría tantos paños o
modas pero probablemente nos detendríamos más a mirar los atardeceres o los
niños jugando en el parque o las palomas bañándose en las fuentes. Realmente me
gustaría que en nuestra sociedad se nos pegara un poco esa educación del gamín,
esa cultura del gamín realmente me gustaría que en nuestras calles hubiese más
gamines y realmente creo que a la mujer que mencione al principio también.